lunes, 28 de mayo de 2012

Revista Sinécdoque Nº2 | Presentación Sección "19/20 - 15M"


19/20 - 15M

“Había llegado el momento de negar
las leyes que impone el miedo”.
Georges Bataille, El muerto.


                Un acontecimiento muestra no solo lo que una época tiene de intolerable, sino también las nuevas formas de vida que puede hacer emerger. Cuando en abril de 1811 una multitud de pueblos ingleses amanecieron en llamas bajo la furia de lo que luego se conocería como “Movimiento Luddita”, lo que se ponía en juego no era simplemente un acto de desesperación, la práctica de una turba que, enceguecida, arrasaba con todo a su paso. Los Ludditas -comandados por Ned Ludd, un general imaginario- replicaban el gesto de los niños, los salvajes que, como ha dicho Bataille, no han perdido la capacidad de ver lo que se les muestra como una suerte de revelación de un estado de cosas violento en el que se hayan envueltos. Son los contemporáneos de Agamben: aquellos que viven su época en desface y por eso la viven más intensamente.  
                El acontecimiento político implica un cambio en la sensibilidad, una mutación de la subjetividad que se traduce en una nueva evaluación y en una diferente distribución de los deseos: lo que antes era tolerable ya no lo es más; algo nuevo es creado en el orden de lo posible. Y aunque eso que nace aun no disponga de las formas (dispositivos, agenciamientos, instituciones) que lo efectúen y aseguren, el orden de lo impensado ha sido abierto. “Ser contemporáneos significa, en este sentido, regresar a un presente en el que nunca hemos estado”.
                Contra la idea extendida de que la Humanidad solo se plantea los problemas que puede resolver, preferimos decir aquí que el acontecimiento precipita una serie de problemas que abren a la dimensión de lo inexplorado, dimensión que no contiene explícitamente su modo de resolución. Por ello la dialéctica entre el pasado y el presente transita una cornisa peligrosa: tener respuestas listas a las preguntas que el acontecimiento inaugura es dejarlo escapar, perder de vista la potencia y la singularidad del presente de cada lucha, su carácter de inauguración; ser incapaz de reconocer el pasado que invoca y en el cual se reconoce supone horadar un diálogo necesario y fructífero. Las dos operaciones son igualmente necesarias.
                Porque la dimensión de los afectos y de las sensibilidades es la que abre a las transformaciones en el orden del sentido y la distribución de los posibles, el capitalismo espectacular contemporáneo no gobierna ya desde la exterioridad del cuerpo: el dominio del Capital se entrama hoy en día en el gobierno  de los afectos y las sensibilidades. El terreno de lucha consiste en la gestión de las tonalidades emotivas de la población. Así, se disponen a nuestro alrededor, dispersas y articuladas, una multitud de máquinas de lectura y captura de las potencias, artefactos semióticos para la gestión de la expresividad.
                Deleuze señaló alguna vez que el poder es el grado más bajo de la potencia, porque es la que separa a los sujetos que somete de aquello que pueden. Reencontrarse con lo (im)posible, desafiar el miedo que separa, dar por tierra con la obsesiva repetición de lo siempre igual (tanto como con la producción controlada de “diferencias”) es, entonces, el proyecto al que nos convocan los textos y las experiencias de estas páginas. En el fondo, el desafío de reinventar la vida.

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