19/20 - 15M
“Había llegado el momento de negar
las leyes que impone el miedo”.
Georges Bataille, El muerto.
Un acontecimiento muestra no
solo lo que una época tiene de intolerable, sino también las nuevas formas de
vida que puede hacer emerger. Cuando en abril de 1811 una multitud de pueblos
ingleses amanecieron en llamas bajo la furia de lo que luego se conocería como
“Movimiento Luddita”, lo que se ponía en juego no era simplemente un acto de
desesperación, la práctica de una turba que, enceguecida, arrasaba con todo a
su paso. Los Ludditas -comandados por Ned Ludd, un general imaginario- replicaban
el gesto de los niños, los salvajes que, como ha dicho Bataille, no han perdido
la capacidad de ver lo que se les muestra como una suerte de revelación de
un estado de cosas violento en el que se hayan envueltos. Son los contemporáneos
de Agamben: aquellos que viven su época en desface y por eso la viven más
intensamente.
El acontecimiento político
implica un cambio en la sensibilidad, una mutación de la subjetividad que se
traduce en una nueva evaluación y en una diferente distribución de los deseos:
lo que antes era tolerable ya no lo es más; algo nuevo es creado en el orden de
lo posible. Y aunque eso que nace aun no disponga de las formas (dispositivos,
agenciamientos, instituciones) que lo efectúen y aseguren, el orden de lo
impensado ha sido abierto. “Ser contemporáneos significa, en este sentido,
regresar a un presente en el que nunca hemos estado”.
Contra la idea extendida de que
la Humanidad solo se plantea los problemas que puede resolver, preferimos decir
aquí que el acontecimiento precipita una serie de problemas que abren a la
dimensión de lo inexplorado, dimensión que no contiene explícitamente su modo
de resolución. Por ello la dialéctica entre el pasado y el presente transita
una cornisa peligrosa: tener respuestas listas a las preguntas que el
acontecimiento inaugura es dejarlo escapar, perder de vista la potencia y la
singularidad del presente de cada lucha, su carácter de inauguración; ser
incapaz de reconocer el pasado que invoca y en el cual se reconoce supone
horadar un diálogo necesario y fructífero. Las dos operaciones son igualmente
necesarias.
Porque la dimensión de los afectos y de las sensibilidades es la que
abre a las transformaciones en el orden del sentido y la distribución de los
posibles, el capitalismo espectacular contemporáneo no gobierna ya desde la
exterioridad del cuerpo: el dominio del Capital se entrama hoy en día en el
gobierno de los afectos y las sensibilidades. El terreno de lucha
consiste en la gestión de las tonalidades emotivas de la población. Así, se disponen
a nuestro alrededor, dispersas y articuladas, una multitud de máquinas de
lectura y captura de las potencias, artefactos semióticos para la gestión de la
expresividad.
Deleuze señaló alguna vez que el
poder es el grado más bajo de la potencia, porque es la que separa a los
sujetos que somete de aquello que pueden. Reencontrarse con lo (im)posible,
desafiar el miedo que separa, dar por tierra con la obsesiva repetición de lo
siempre igual (tanto como con la producción controlada de “diferencias”) es,
entonces, el proyecto al que nos convocan los textos y las experiencias de
estas páginas. En el fondo, el desafío de reinventar la vida.
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