Callcenters/Trabajo precario
¿Cómo abandonar la soledad?
Lecturas compartidas alrededor de “¿Quién
habla?”
Escriben
Julián Andrés Mónaco y Alejandro Daniel Pisera
I. El 12 de abril de 1811, en el pueblo inglés de Nottinghamshire, y al
cubierto de la noche, más de trescientos hombres, mujeres y niños incendiaron y
destruyeron con sus propias manos la fábrica de hilados de William Cartwright:
todo un símbolo del avance del capitalismo industrial sobre una forma de vida
que se resistía a desaparecer. Los hechos pasarían a formar rápidamente parte
del folclore y la memoria popular. Eran los comienzos del movimiento luddita.
Entre los años 2004 y 2006, un centenar de jóvenes argentinos
arremetieron contra sus propios fantasmas en un call center de la empresa
Atento –subsidiaria de Telefónica de España-, ubicado en el barrio porteño de
Barracas. En ese conflicto, más de doscientos años después de aquella noche de
Nottinghamshire, una generación aprendió que tomar o destruir máquinas ya no es
suficiente: ¿de qué sirve destruir una computadora cuando la llamada puede ser
relocalizada del otro lado del mundo? ¿Qué significa “parar una producción”
cuando la cadena de montaje es una línea de fibra óptica que transfiere
inmediatamente la comunicación a otro nodo de la red (de Buenos Aires a Córdoba,
de Córdoba a Rabat)? ¿Qué medios de producción recuperar y socializar cuando
las herramientas que se ponen en juego son la atención, la memoria y las
capacidades comunicativas de los trabajadores?
¿Quién habla? es un laboratorio para experimentar nuevos modos de
resistencia en medio de nuevas tensiones que se abren cuando lo que se explota
es nuestra propia potencia de vínculo.
II. La
interpelación de los cuerpos y almas en sus virtualidades cognitivas. La
desmesurada demanda de atención que tiene como revés severos trastornos
psicológicos. La formación permanente.
Promesas de libertad y premios a la obediencia de consignas, modulación
continua de la eficacia laboral y autogestión del propio desempeño: salario-bono
y ya no más “sueldo”. El trabajo como performance y la ausencia de obra.
El intelecto general como fuente de valorización primera del Capital.
Cada box una molécula de la vida actual: soledad y una pantalla enfrente;
aislamiento e hiperconexión. En los call center convergen muchos de los caracteres
de eso que motoriza nuestro pensamiento: el presente.
III. El call
center funciona como una máquina de lectura y captura de las potencias de una
generación: la “clase 1983”, “los hijos de la democracia”, son algunos de sus
nombres. Son los egresados de colegios privados, aquellos y aquellas que se
capacitaron en institutos de inglés, y que hoy estudian ciencias sociales,
psicología o bellas artes. La disposición a la movilidad y la
flexibilidad, el uso de idiomas, una cierta relación con la comunicación y la
informática, el gusto por la pantalla y la velocidad, y el talento para
“arreglárselas solo”, son algunos de los caracteres y virtudes que las empresas
encontraron en sus estilos de vida, para codificarlos y reformularlos hasta
transformarlos en la materia prima fundamental con la que trabajan las
“fábricas del lenguaje”. Los call center interpretaron –además- las
expectativas de una generación que había crecido escuchando el sueño
“primermundista”, pero que salió a buscar su primer trabajo en una Argentina
devaluada, post 2001. Para los que habían soñado ese sueño, el lenguaje
empresarial era música funcional. Ese lenguaje que hablan los managers y los
capacitadores (“acá somos una familia”), pero también las máquinas de café, los
monitores de plasma, las alfombras, las sillas rojas acolchonadas. ¿Quién habla? también
pregunta: “¿quién escucha?”.
IV. El
capital infantiliza. La infantilización es la vida -la memoria, el habla,
nuestras aptitudes de invención e innovación, la improvisación, la atención-
puesta a obedecer consignas. Somos nosotros, hablados por quien habla. Infancia
es nuestra capacidad -ni cronológica ni propia de una edad- de mantener una
relación abierta con el mundo. De subvertir las reglas en la misma praxis: cada
niño un estado de excepción permanente. Cuando el call center captura nuestras
potencias no produce niños, produce sujetos modulables, que deben subordinar lo
humano a la dinámica del capital.
V. “¿Quién habla?” intenta sacar a la luz el continuum
call-psiquiátrico: ese trayecto obligado que -más temprano que tarde- la “clase
1983” deberá atravesar. Cuando estos chicos y chicas ponen sus cuerpos
embotados y sus “cabezas quemadas” en manos de médicos, psiquiatras y
psicoanalistas, son presa de otro tipo de infantilización: la infantilización
de la medicalización. Porque medicalización también es igual a soledad y
a obediencia. Medicalizar significa definir problemas humanos como enfermedades
cuya única fuente está -siempre- en el individuo y no en su entorno social.
Así, las intervenciones médicas individuales aparecen como las únicas
respuestas posibles, al mismo tiempo que quedan obturadas y desactivadas
potencias colectivas que podrían dar lugar a otras soluciones. El llamado
“déficit de atención”, la “crisis de los veintipico”, y la “fobia al compromiso
y la responsabilidad” constituyen, en este sentido, algunas de las
enfermedades-llave que permiten construir sujetos y sujetas vulnerables a los
dispositivos médicos. El call-center, como fábrica de producción de
desencuentros, debe leerse en continuidad con un modelo clínico-asistencialista
que subyace las prácticas de psiquiatras y psicólogos. Pero también de médicos
y gurúes del espíritu. La percepción duradera de un destino siempre individual
y nunca colectivo (en este contexto hay que entender el triunfo de palabras
como “premios” y “bonos” sobre aquellas otras –características del imaginario
del capitalismo industrial- “salario” o “sueldo”) es otro de los desafíos que
deberán enfrentar las multitudes contemporáneas.
VI. ¿Cómo abandonar la soledad? La pregunta no es nuestra, sino de los
protagonistas de este libro. ¿Cómo reencontrarnos en medio de una meticulosa
producción de desencuentros? Romper el aislamiento y devolverle al encuentro su
potencia impredecible, puro placer, sin finalidad; acabar con el dolor que
producen encuentros “humanos” degradados a la pura repetición. Recuperar para
nosotros nuestra dimensión más humana. Hablarnos. Cuando se abandona el tono
policíal de la pregunta por el quién es quién surge una iniciativa posible: la
de trabajar juntos. Surge una responsabilidad sin
obligación.
¿Quien
Habla?
Lucha
contra
la
esclavitud
del
alma en los call centers
Colectivo
¿Quien habla?
Tinta
Limón Ediciones
199 páginas
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