martes, 22 de mayo de 2012

Revista Sinécdoque Nº2 | "Como estudiante el día de la primavera. Lo decible del sexo y la alteridad en el discurso publicitario" (Escribe Nicolás Canedo)


           Identidad/Sexualidad/Discurso publicitario


Como estudiante el día de la primavera.
Lo decible del sexo y la alteridad en el discurso publicitario
Escribe Nicolás Canedo

“Qué más quisiera que pasar la vida entera,
como estudiante el día de la primavera”
La parte de adelante
Andrés  Calamaro

“Afuera está la primavera inmunda;
la irisada paloma que fecunda;
los insectos, que son como ladrones,
ya lo sé, en los azahares con limones;
las glicinas guarangas derramadas
ensuciando baldosas coloradas;
novios que unen su risa y sus cosméticos
junto al jazmín del Paraguay, frenéticos”
De amor y de odio
Silvina Ocampo

He aquí algunas modestas  –cuando no grandilocuentes- reflexiones1 sobre una problemática que, para quienes nos posicionamos dentro del análisis del discurso, no parece dejar de llamarnos la atención: la construcción discursiva de colectivos y grupos identitarios. Nada nuevo a grandes rasgos, y sin embargo tanto para decir en lo que las distintas formas de discursividad, incluso las más cotidianas, tienen de particular. En este caso nos abocaremos a desmontar algunas representaciones    de las alteridades sexuales  en un tipo particular de discurso, el publicitario.
Algunas consideraciones iniciales resultan pertinentes. En primer lugar, el concepto de identidad, tal y como aquí se lo recupera de Stuart Hall (2003), refiere no a una supuesta condición esencial que hace a los sujetos afines, sino al resultado de complejos procesos de identificación que se ejercen en la delimitación simbólica de límites y diferencias, en la construcción de sistemas oposicionales y de «efectos de frontera».  Aquí nos interesa la delimitación que se ejerce en torno a lo que se reconoce socialmente como los usos de los placeres y las condiciones de género. Varón – mujer, heterosexual – homosexual, son clasificaciones que, lejos de ser refractarias de la interioridad individual de los sujetos, emanan de formaciones discursivas, de instituciones sociales dotadas de lo que podemos denominar «el monopolio legítimo de la nominación». ¿De dónde emergen estos términos que tanto arraigo, incluso emocional, consiguen en la gestión de sí que hacen los sujetos, en sus modos de pensarse y presentarse a la mirada de los otros? La biología, la medicina, la sexología, la psiquiatría, el psicoanálisis, han representado, con el correr de la mo-dernidad, zonas de privilegio para la formación de saberes que ordenan los modos de habitar el mundo y de regular la vida en sociedad. Decimos, entonces, recuperando la terminología de Michel Foucault que son «formaciones discursivas»: “Esta formación tiene su origen en un conjunto de relaciones establecidas entre instancias de emergencia, de delimitación y de especificación. Diríase, pues, que una formación discursiva se define (al menos en cuanto a sus objetos) si se puede establecer semejante conjunto: si se puede mostrar cómo cualquier objeto del discurso encuentre en él su lugar y su ley de aparición; si se puede mostrar que es capaz de dar nacimiento simultánea o sucesivamente a objetos” (Foucault; 2002: 72; 73).
Se trata de ver cómo interactúan, se posicionan y, correlativamente, se redefinen conceptos y temas tales como la identidad y el sexo en su organización recurrente, dentro de un tipo de discurso que es central en la cultura de masas. Intentaremos pensar cómo las formas diferenciales de relacionar estos conceptos dentro de un régimen clasificatorio propio del dispositivo de sexualidad se sirven de operaciones diversas de puesta en discurso. Para decirlo de otro modo, y remarcando que se trata de estudiar las formas de enunciación del sexo y la alteridad en un contexto de circulación masiva –y que perfila por lo tanto un destinatario afín- intentaremos dar cuenta de cierto régimen de  «decibilidad» de las identidades sexuales. Lo «decible» no refiere sólo a una cuestión de contenidos sino, fuertemente, a una cuestión de formas, o mejor dicho, de procesos. ¿Qué mecanismos y operaciones enunciativas se privilegian en el discurso publicitario para la representación de la alteridad en torno al sexo? ¿Cuáles son –como dice Foucault- sus «leyes de aparición»?

Afuera está la publicidad inmunda

Se analizarán a continuación una serie de piezas gráficas que integran la campaña publicitaria de la marca de preservativos Tulipán realizada por la agencia Young & Rubicam, con motivo del día de la primavera. El corpus elegido, si bien es modesto, podría demostrarse representativo de las lógicas publicitarias actuales. En primer lugar por la firma institucional de Young & Rubicam, que es una de las agencias dominantes dentro del mercado. En segundo lugar, por el reconocimiento que tuvo esta campaña en particular dentro del campo publicitario a través de galardones tales como el Lápiz de Oro2  y el Gran Prix de Oro3, en el año 2010. En esas instancias es donde se traducen los parámetros de jerarquización, distinción y legitimidad, propios del campo.
La campaña comprende varias piezas gráficas. Vamos a centrarnos en dos colecciones: la primera se titula «Revolcados» y es la que contiene a la pieza ganadora, titulada «Oruga». Comprende cuatro piezas gráficas, que a nuestro criterio de análisis conforman un primer subsistema centrado en la figura del joven heterosexual. El segundo subsistema se conforma en base a una única pieza gráfica, titulada «Corpiño», en la que se escenifica la relación homosexual.
Se pretende dar cuenta de las gramáticas de construcción de ambos modelos identitarios y sus diferencias. Adelantamos que esas diferencias serán interpretadas no como resultado de meras elecciones de estilo sino como resultantes de formas más o menos estandarizadas de enunciación y de representación hegemónicas. Siguiendo a Marc Angenot (2010: 29), “(…)las prácticas significantes que coexisten en una sociedad no están yuxtapuestas, sino que forman un todo “orgánico” y son cointeligibles, no solamente porque allí se producen y se imponen temas recurrentes, ideas de moda, lugares comunes y efectos de evidencia, sino también porque, de manera más disimulada, más allá de las temáticas aparentes (e integrándolas), el investigador podrá reconstruir reglas generales de lo decible y de lo escribible, una tópica, una gnoseo-logía, determinando, en conjunto, lo aceptable discursivo de una época”.

Subsistema 1.
La heterosexualidad como esencia y el sexo como situación

Las cuatro piezas integran un mismo  subsistema. La distribución de las figuras en el plano de la imagen es coherente en los cuatro casos, dando como primera pauta de reconocimiento de la totalidad, la organización sintáctica, estructural.
En principio se observa que el sentido reposa en la cadena significante que reúne juventud, primavera y sexo. Se actualiza aquí un verosímil social acerca de las prácticas de los jóvenes: en el día de la primavera los jóvenes se juntan en espacios verdes y se entregan a diversos placeres entre los que destaca el sexo coital. Estos tres elementos -juventud, primavera y sexo- suponen vectores temáticos que en la configuración específica de la pieza reciben un ordenamiento temporal, una narración. Dicha temporalidad gravita, inicialmente, en la figura del emerger que conservan los cuatro motivos. Los cuatro jóvenes miran a cámara, erguidos, llevando en su       cuerpo los restos de tierra, pasto, ve-getación que los delatan «revolcados». Los cuerpos exhiben vestimentas blancas –a excepción de la chica morocha, cuya remera es más bien rosada [Foto 1]-, lisas, pulcras, profanadas por la suciedad del terreno. Esos indicios ostensibles de la acción realizada son ordenadores temporales, establecen un relato que distingue dos momentos: previo y posterior al sexo. El primer momento se reconstruye por vía inferencial a través de los indicios que se presentan al lector, que sólo   puede propiamente atestiguar el segundo momento, el presente post-coital. El ordenamiento temporal de la imagen colabora con el del texto. El enunciado «Llegó la primavera» reviste una función de anclaje (Barthes, 1986) que fija el sentido de las imágenes en torno a esa idea de transición.
Si, a los propósitos de dar un orden al análisis, dividiéramos la pieza en dos niveles, el de la imagen y el del texto escrito, podríamos decir que en el primer nivel, el sexo –connotado por esos indicios que señalamos- oficia como el punto de inflexión, de transformación temporal, función que asume la primavera en el segundo nivel, el del texto escrito. Antes y después del sexo, antes y después de la primavera. Sexo y primavera se condensan metafóricamente, parte de su identidad diferencial se obtura en función de lo que la pieza, como sistema semiológico, naturaliza: la juventud como etapa del advenimiento del placer. El placer es algo que llega, y el joven está allí para recibirlo. El uso de las vestimentas blancas, que en cuanto a lo estético funciona como punto de contraste con las marcas de suciedad que connotan la experiencia sexual, asume así el simbolismo de la pureza, de la virginidad. La juventud se presenta como la etapa de la iniciación sexual y la primavera como metáfora de la plenitud que esa iniciación corona.
Otra vía de representación del sexo radica en la disposición de los cuerpos, la gestualidad de los rostros y las marcas del cuerpo del otro. Es interesante que cada pieza ponga en escena a un solo participante del acto sexual. Su complementario es meramente sugerido a través de indicios -un arañazo en el cuello del varón, una mancha de barro con la forma de una mano estampada en el busto de la chica-, indicios que exhiben cierto grado de violencia y que contribuyen a una representación del sexo como situa-ción de contienda física, de ferocidad.
A partir de aquí podemos pensar la división de roles según el género en torno a la relación sexual consumada tal y como lo presentan las piezas. La distribución equitativa de motivos masculinos y motivos femeninos su-giere una lógica de la complementariedad que actualiza el imperativo hete-ronormativo, agenciamiento legítimo de la sexualidad que, como se verá, relega a las sexualidades alternativas a pautas complejas de connotación. En virtud de la heteronormatividad es posible que la heterosexualidad ni siquie-ra deba ser connotada; es la norma, lo evidente, en otras palabras, la doxa4. Su expresión se logra con la sola invocación del sexo como desmesura corporal, individual, independiente del cuerpo del otro. El sexo es una circuns tancia que resalta, mas no define, la condición esperable y cuasi-evidente de heterosexualidad.

El varón satisfecho, la mujer deseante

En cuanto a los roles de género el sistema delimita, conforme a la he-teronorma, dos posiciones de sujeto: varón – mujer. Sobre esa división se solapa una segunda compartimentación, en las formas de gestualidad: satisfacción – deseo. Los varones exhiben las bocas abiertas, hombros caídos, cierta pesadez en los párpados, toda una escena de relajación que connota la satisfacción post-coital; en las mujeres, en cambio se presentan más diferencias entre un motivo y otro, coherentes con una estereotipación recurrente en la cultura de masas: la chica inocente y la chica experimentada. La primera se encarna en la figura de la chica rubia [Foto 3] que mira a cámara con cierta expresión de de-coro, con sus hombros contraídos y la cabeza inclinada en dirección distinta a la de la mirada – ¿connotación de timidez, quizás?-; lleva el pelo atado. La segunda, en cambio, aparece en la forma de la chica morocha que presenta una gestualidad más agresiva  [Foto 4]: se encuentra más erguida, con un hombro levantado –como si estuviese ella misma levantándose, o avanzando sobre algo-, el rostro colocado en la misma trayectoria que la mirada, los cabellos sueltos. Es notable que su remera no sea blanca, a diferencia de lo que ocurre en los otros tres motivos. Si aceptamos que el blanco participa en el simbolismo de la pureza y del estado previo a la irrupción del sexo, podemos decir que el caso de la chica morocha se atiene a la figura de la iniciadora. Más allá de las diferencias entre cada motivo femenino, en ambos se percibe el contraste con la relajación sugerida en los motivos masculinos y, a nuestro entender, se propicia una represen-tación de la mujer como sujeto desean-te, predispuesto al sexo5.
Esta representación de la mujer como sujeto deseante es coherente con su condición, para la doxa, de ser la parte que habilita la relación sexual (Jones, 2007) –y que tiene, a su vez, la posibilidad de inhabilitarla-. La temporalidad, anteriormente descrita, se desdobla en este caso: el acto del sexo está consumado, pero el gesto de la mujer, su mirada provocante, es su condición de realización. Distinto es el caso de los varones donde todo es consumación, incluso el gesto. Esto nos permite decir que el destinatario que perfila este sistema de piezas gráficas es llamado a identificarse con el varón satisfecho, por un lado, y con el objeto de deseo de la mujer deseante, por el otro. El propio destinatario es situado así como punto de encuentro entre el cuerpo deseante de la mujer y el cuer-po satisfecho del varón. El primero es habilitador del segundo. El destinata-rio, objeto de deseo, adviene en sujeto satisfecho por el juego de complicidades que las piezas le ofrecen.
La persuasión se ejerce entonces por medio de móviles hedónicos, exaltando las virtudes de lo placentero. En esto, el sistema de piezas participa de una lógica que es afín a publicidades de otras marcas de preservativos –como Prime, por ejemplo-: se pone el  énfasis en el placer del sexo que el preservativo habilita y se invisibilizan las consecuencias indeseadas que resultan de su falta de uso -lo que comprendería un móvil de tipo pragmático y un contrato de lectura más cercano al pedagógico que al cómplice-. Por lo tanto el uso del preservativo es naturalizado como condición necesaria del sexo y presentado como el elemento que corona la disposición para el coito.

Subsistema 2.
La homosexualidad como situación y el sexo como esencia

La misma campaña ofrece una variante que atiende al tipo de relación homosexual entre hombres. Consiste en una única pieza, titulada «Corpiño», en la que se ve el rostro de dos jóvenes que miran a cámara y llevan, cada uno, sus bocas cubiertas por las copas de un corpiño – sujetadas por las orejas como si fuesen barbijos-. Cabe destacar las diferencias con el primer subsistema:
La primera radica en el nivel del texto escrito. «En primavera seguí cuidándote», el enunciado explicita lo que antes se encontraba implícito: el imperativo del cuidado. Aquí se exhibe un móvil más cercano al pragmático que al hedónico. Él mismo refiere al potencial dañino del sexo si no se practica de manera «segura». El hedonismo cede su lugar a una economía de los riesgos que no puede prescindir de un cambio en la modalidad de enunciación: de la declarativa -«llegó la primavera»- a la imperativa -«seguí cuidándote». Se construye un destinatario que ya adscribe a la norma del cuidado de modo tal que la asimetría de la orden no sea tan pronunciada y el contrato de lectura no se «pedagogice» más de lo que el lenguaje publicitario normalmente tolera, pero aún así el cambio es notorio.
La construcción temporal, en este caso, difiere mucho de la anterior. Aquí no hay transformación sino continuidad -«seguí»-. El sexo deja de ser una experiencia nueva que irrumpe en la vida de los jóvenes; aparece como una constante que no diferencia una etapa anterior de otra actual. Aquí se evidencia una operación discursiva que denominaremos de sobre-explici-tación situacional que tiene su correlato en el nivel de la imagen: el homosexual está definido por la experiencia del sexo y por la presencia de su otro complementario. El gay ya tuvo sexo alguna vez, es lo que lo define como alteridad. En el nivel del texto se ejerce una interpelación directa al enunciatario –contrariamente al enunciado del primer subsistema donde predomina la función referencial-, se lo construye como sujeto activo sexualmente. En el nivel de la imagen, la homosexualidad es connotada mediante la copresencia de los dos partícipes del acto sexual, que a su vez, se los sugiere desnudos. Sin esa explicitación situacional la homosexualidad resulta indecible, pues no puede ser jamás tomada por lo evidente o lo «natural».
Otra diferencia importante radica en la representación del cuer-po. A diferencia del plano medio del primer subsistema, aquí se utiliza un primer plano. Aún así se logra sugerir la desnudez en el hombro del joven rubio que sobresale en la parte inferior del plano. Se prescinde de los motivos vinculados a lo primaveral -vegetación, flores, tierra, mariposas y gusanos- que ofician en el primer caso como indicios de la ferocidad sexual consumada. El acto sexual aparece en este caso no como situación concluida sino como situación latente o posible –de ahí que el sexo sea una constante que no puede hacer de punto de inflexión narrativo, no tiene emplazamiento temporal, es naturaleza-. La lógica es la misma: lo homosexual se define por su predisposición particular a un modo, también particular, de sexo.
¿Sexo salvaje y apasionado? No sabemos cómo es el sexo de los homosexuales, o al menos desconocemos su intensidad, mas –y he aquí lo más notorio- sí es claro que incluye un componente que no se alude en los casos anteriores: la felación. Las bocas de los dos jóvenes se encuentran ambas  cubiertas por las copas de un corpiño. Aquí se presenta una figuración interesante y muy compleja. En primer lugar la figura del corpiño es el componente que completa la sexualización de la pieza, en tanto estereotipo notable de la escena erótica -legible para un destinatario amplio y por lo tanto susceptible sólo a los clisés instituidos por la heteronormatividad-. Por otro lado tiene también la función de explicitar la integración de ambos en dicha escena -el corpiño los contiene a ambos, los une, físicamente-. Es decir, estos jóvenes se encuentran unidos por el sexo, pero no por cualquier sexo sino por el «sexo seguro». Aquí es donde interviene la metáfora que condensa en el corpiño la función -sugerida por medio del iconismo, de la similitud morfológica- del barbijo, que se propone como metonimia de la protección y del cuidado –huelga decir, un tipo de cuidado que es común en situaciones de riesgo sanitario-. También reenvía de forma metonímica a la escena de lactancia del infante y a la analogía instituida, y hasta vulgar, existente entre la leche y el semen. El corpiño interrumpe el flujo de lactancia, el barbijo interrumpe el flujo de semen. La felación se vuelve privativa de la condición homosexual: un joven homosexual «protege» la zona central de su sexualidad, su boca.

Conclusión: diferencias/desigualdades

Luego de estas reflexiones huelga asumir las críticas a las que es pasible este texto: principalmente sería difícil objetar la idea de que el corpus supone un mero eslabón de una gran cadena discursiva cuyo abordaje exhaustivo demanda muchos más esfuerzos. Difícilmente hayamos agotado las variaciones y complejidades de la enunciación publicitaria. El recorte, sin embargo, nos ha dado pautas para pensar en otros enunciados posibles, tanto publicitarios como de otros tipos. En ese sentido, la conclusión más contundente que se puede extraer de este análisis es la de que, en una época en la que se proclama como políticamente correcto la aceptación de lo diferente, tal aceptación no parece poder prescindir, en lo comunicacional, de ciertas desigualdades. Desigualdad de una economía de los signos en la que, contrariamente a las desigualdades socioeconómicas, quien tiene más es el menos favorecido.
Vale preguntarnos, ¿qué necesidad hay de representar la diferencia? ¿La necesidad de presentarse como tolerante, como dispuesto a aceptar lo divergente y participar así en una ficción colectiva de armonía sociocultural? Probablemente, pero aquí co-rremos el riesgo de contradecirnos: si los modos identitarios hegemónicos se expresan por su mera condición de ser esperables, de ser la norma, ¿cuánto estaríamos resignando de nuestra capacidad de instituir los modos alternativos de subjetividad al renunciar a todo intento de traducción de esas diferencias? ¿Puede la diferencia expresarse en una economía semiótica no desigual? Todas estas preguntas son válidas y es difícil darles respuesta. Quizás debamos considerar también un elemento que no debe desatenderse, incluso en el afán de pensar los discursos por afuera de las supuestas «intenciones» de aquellos a los que se les adjudica su autoría; quién firma esos discursos, en qué zonas de la interacción social se emplazan, en qué estructuras organizacionales descansan; en definitiva quién habla, cuál es la posición de sujeto que asume. Y aquí es donde conviene dejar de señalar a la publicidad –que en sí, es un lenguaje y no otra cosa- y empezar a observar al mercado. ¿Cuántas parcelas de la producción social de sentidos estamos dejando en sus manos? A riesgo de simplificar las cosas, nuestra respuesta es sencilla: demasiadas.

Notas
1  Agradezco a Juan Pablo Canala, Adrián Troitiño y María Elena Bitonte por la lectura, comentarios y correcciones de los borradores de este texto.
2  «Y&R y Tulipán ganan el Lápiz de Oro de Gráfica» en DossierNet. La publicidad en su sitio. http://www.dossiernet.com.ar/Articulo_Ampliado.aspx?Id=67592
3  «Tulipán y Y&R se llevaron el Gran Prix de oro en Diarios de los premios Clarín 2010» en Publicidad y Propaganda 2008, 26 de noviembre de 2010.
http://publicidadypropaganda2008.blogspot.com/2010/11/argentina-fue-por-la-pieza-revolcados.html
4  «La doxa es lo que cae de maduro, lo que sólo se predica a los conversos (pero a los conversos ignorantes de los fundamentos de su creencia), lo que es impersonal y, sin embargo, necesario para poder pensar lo que se piensa y decir lo que se tiene que decir.» (Angenot, 2010: 40).
5  Quizás estas observaciones pecan un poco de taxativas. Entendemos el riesgo que implica atribuir a la gestualidad una simbología determinada. Nos conformamos con que se nos conceda la diferencia, a grandes rasgos, entre los motivos masculinos y femeninos del subsistema en razón de la connotación de relajamiento. De aceptarse esa diferencia estaríamos encaminados a argumentar que estos textos relegan la cuota de satisfacción sexual en el hombre y que, como contrapartida, cargan a la mujer con la función de ser la condición de posibilidad de dicha satisfacción.

Bibliografía
Angenot, Marc (2010): “El discurso social: problemática de conjunto”, en El discurso social. Los límites históricos de lo pensable y lo decible, Buenos Aires, Siglo XXI.
Barthes, Roland (1986): “Retórica de la imagen” en Lo obvio y lo obtuso, Barcelona, Paidós.
___________ (2005): Mitologías, Buenos Aires, Siglo XXI.
Cháneton, July (2009): Género, poder y discursos sociales, Buenos Aires, Eudeba.
Foucault, Michel (2002): “La formación de los objetos” en La arqueología del saber, Buenos Aires, Siglo XXI.
___________ (2008): Historia de la sexualidad. 1. La voluntad del saber, Buenos Aires, Siglo XXI.
Hall, Stuart (2003): “Introducción: ¿quién necesita “identidad”?” en du Gay, Paul y Hall Stuart (comps.): Cuestiones de identidad cultural, Buenos Aires-Madrid, Amorrortu.
Jones, Daniel E. (2007): “La primera vez nunca se olvida”: la iniciación sexual de adolescentes en Trelew (Chubut)”, en Kornblit, Ana Lía (coord.): Juventud y vida cotidiana, Buenos Aires, Biblos.
Verón, Eliseo (1993): La semiosis social, Barcelona, Gedisa.

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