Femicidios/Prensa/Géneros
Prensa gráfica:
entre femicidios y
“crímenes pasionales”
Escribe María Florencia Guerrero
Ilustra Florencia Pastorella
La premisa inicial será aquella que versa: cada medio “construye los
acontecimientos”1 de la manera más
acorde a sus intereses, sus proyecciones de venta y hasta las limitaciones de
sus trabajadores y trabajadoras de prensa. Estos modos disímiles de contar lo
sucedido terminan muchas veces, por acción u omisión, contribuyendo con la
violencia machista, con el heterosexismo y con el sistema patriarcal mantenido
como status quo. A través de la cobertura de dos casos emblemáticos: el
femicidio de Wanda Taddei y la lesbofobia que le arrancó la vida a Natalia
Gaitán, se buscará aplicar un juicio crítico sobre el modo de ser actual de los
medios de comunicación y del periodismo en general para procurar comprender qué
sendas deberían, al menos, dejar de
pisarse.
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Wanda Taddei
El 10 de febrero de 2010, Wanda
Taddei, una mujer de 29 años, fue internada en el Hospital Santojanni de Buenos
Aires con el 60% de su cuerpo quemado. Taddei era “la esposa de” Eduardo
Vázquez, uno de los responsables del incendio en el boliche Cromañón en 2004.
La noticia recorrió los diferentes medios y las explicaciones de lo ocurrido eran,
cuanto menos, confusas. Vázquez, el único que tuvo la posibilidad de contar su
versión de los hechos, reconoció que la pareja había tenido una discusión
mientras él fumaba, pero atribuyó las quemaduras en el cuerpo de Taddei a un
accidente producto de que ella estaba limpiando CDs con una botella de alcohol.
Durante los once días en los
que Wanda Taddei agonizó, los medios de comunicación reprodujeron todo tipo de
dichos y declaraciones de “allegados” a la pareja que indicaban que su relación
era “normal”, aún cuando Vázquez ya había recibido dos denuncias de su
compañera por agresiones, y una del
mismo tipo por parte del padre de los hijos de ella. Además, como por esos días la banda
Callejeros, de la que Eduardo Vázquez era su baterista, iba a presentarse en
Cosquín, en las mismas notas donde se hacía un reporte del estado de salud de
Taddei, se mencionaba qué iba a suceder con ese show, si se suspendería, si
cambiaría de fecha, etc., quitándole
gravedad al asunto de un modo escalofriante.
Wanda Taddei falleció el 21 de
febrero por una “falla multiorgánica” producto de las quemaduras, según dijeron
los médicos que la atendieron. Durante
casi un año Eduardo Vázquez permaneció en libertad porque el juez de instrucción
porteño Eduardo Daffis Niklison consideró que existía “falta de mérito” para
dejarlo detenido. Recién en diciembre de 2011 la Cámara del Crimen confirmó su
procesamiento acusándolo del delito de
homicidio agravado y debiendo permanecer en prisión hasta el momento del juicio
oral.
De la lectura de las diferentes
notas en torno al caso Taddei se desprenden varias reflexiones y pueden
establecerse continuidades en relación al método de agresión utilizado contra
Wanda y otras mujeres que fueron quemadas por sus parejas posteriormente, algo
así como “lugares comunes” en los que caen los/as periodistas al momento de
relatar estos crímenes. El primer
interrogante que se plantea es el hecho de pensar en si el caso Taddei hubiera
sido “noticia” de no estar atravesado por la existencia de un marido
tristemente famoso y por el paralelo morboso generado por la forma en que
murieron las 194 víctimas de Cromañón y Wanda. Las noticias, más allá de
mencionar a Vázquez por estar obviamente implicado en el hecho, lo posicionaban
en un rol protagónico y, el hombre, el
victimario, aparecía antes que la víctima quien ni siquiera era mencionada por
su nombre y apellido: no es nadie más que “la esposa de” y entonces su
identidad se reduce a un estado civil. 2
Estas formas de redactar, las frases tales como “otra mujer quemada” o
“se trató de un crimen pasional”,
institucionalizadas ya dentro del periodismo, resultan perniciosas,
porque borran a las víctimas, y quitan responsabilidad a sus victimarios, como
si las “muertes” se produjeran de modo natural cuando se trata en realidad de un asesinato, de un
femicidio.
“Femicidio”, una palabra que
casualmente no aparece en el diccionario de la Real Academia Española (RAE)3 ,
y que como tipificó la ONU en 2001 significa “asesinato de mujeres como
resultado extremo de la violencia de género que ocurre tanto en el ámbito
privado como en el espacio público”.
Otra de las continuidades que
presentan este tipo de notas es el pretender encontrar un justificativo para la
agresión. Una de las notas consultadas indicaba: “(...) La mujer le habría
impedido a su esposo dormir en la habitación matrimonial, por lo que Vázquez
optó por hacerlo en un sillón que se hallaba en el comedor del inmueble,
cuando, según su relato, Taddei cortó la luz general del inmueble. ‘No hay cosa
peor para mí que me puedan hacer, porque después de lo de Cromañón me cuesta
mucho estar a oscuras’, dijo Vázquez en su indagatoria, con referencia al
incendio de la discoteca en diciembre de 2004, que provocó 194 muertos y
centenares de heridos, durante un recital de Callejeros”4 . El destacado
pareciera excusar y justificar a Vázquez por su accionar, citando nuevamente su
tragedia personal como si, de ser verdad lo relatado, ya quedara justificado el
escenario para un acto de violencia.
Diana Vernaz, psicóloga
especializada en violencia masculina y presidenta de la Asociación Civil de
Especialistas en Violencia Familiar indicaba que la conducta de quemar a la
víctima implica arrasar con ella, con su cuerpo y con su identidad toda; si
sobrevive, quedará desfigurada. Sobre la reiteración del modo de ataque, Ada
Rico, directora del Observatorio de Femicidios en Argentina de la Sociedad
Civil Adriana Marisel Zambrano comentó: ‘No es casualidad que estas muertes se
hayan producido en un lapso tan corto con tanta similitud. Al tomar
conocimiento de cada uno de estos ‘accidentes con alcohol’ la sociedad en
general se inclina primeramente por la negación. De esto no se habla más hasta
que se repite. El delito impune es contagioso. Si como sociedad la respuesta que
damos a estas muertes es indiferencia para investigar, impotencia para
descubrir e inoperancia para castigar, no hacemos otra cosa que alimentar este
tipo de conductas. Cuando actos violentos se consideraron discusiones de pareja
o cuestiones privadas en las que no hay que meterse, el varón siente que
efectivamente tiene el control sobre la vida y el cuerpo de la mujer, hasta
llevar a cabo el femicidio”5 .
Para Nancy Fraser, los grupos
con recursos discursivos (y no discursivos) desiguales compiten por establecer
como hegemónicas sus interpretaciones respectivas sobre lo que son las
legítimas necesidades sociales. De la misma forma, los medios de comunicación
determinan qué es noticia y qué no lo es, quedando excluidos determinados
sucesos que, o no llegan nunca a formar parte de la agenda mediática, o lo
hacen de modo distorsionado. Cuando Leonor Arfuch introduce a Mijail Bajtín en
su texto, para indicar que el lenguaje
es esencialmente ajeno, habla de una presencia de voces ajenas anteriores en lo
que se dice, por lo que pensar en la cuestión del poder en torno a esta
polifonía resulta pertinente y da cuenta de lo inapropiada que se vuelve la
utilización de determinadas frases o palabras en las notas periodísticas que
reproducen concepciones machistas, heterosexistas, misóginas, etc.
Natalia Gaitán
“Porque silencio es igual a muerte y porque es necesario (…) hablar de
homofobia, lesbofobia y transfobia cuando se habla de racismo y cuando se habla
de sexismo y de clasismo y cuando se habla de precariedad laboral. Hablar del
terror de miradas violentas, humillaciones e insultos violentos, silencios
violentos (…) el terror de interpelaciones cotidianas violentas que se creen
legítimas bajo una matriz heterosexual, blanca, ciudadana que las ampara
(...)”6
El 6 de marzo de 2010, Natalia
Gaitán, una mujer de 27 años fue fusilada en Córdoba. El asesino fue Daniel Torres, el padrastro de su novia quien
no avalaba la relación amorosa que mantenían. Se trató de un crimen de odio con
una sola explicación: la lesbofobia.
La construcción de esta muy
breve descripción casi no pudo hacerse mediante notas periodísticas; el
asesinato de Natalia fue menospreciado por los grandes medios de comunicación
que invisibilizan los crímenes de odio.
“Ser gay en este sistema es caer bajo la tutela de un discurso
universalizador de actos y un discurso minorizador de personas, radicalmente
superpuestos”, indica Eve Kosofsky Sedgwick (1998)
“No se trata de defender el derecho de las
‘minorías sexuales’ sino de cuestionar la heterosexualidad como la ‘forma
natural’ alrededor de la cual surgen desviaciones ‘antinaturales’”, refiere
Marta Lamas. La cita no pretende demonizar a los heterosexuales, sino
manifestar que esa matriz no puede ser un régimen político dictatorial. “No
pretendemos plantear la guerra contra una barbarie derivada de una esencia
heterosexual, lo que denunciamos es un régimen heterosexual que aterroriza
cualquier otra forma de sexo/género/deseo que no se ajuste a sus imposibles
criterios normativos (…) La supuesta ‘tolerancia’ hacia las personas
homosexuales sólo es lo que Bourdieu denomina una ‘estrategia de
condescendencia’ que conlleva a la violencia simbólica a un grado más alto de
negación y disimulación”.
Reflexiones finales
Pierre Bourdieu expresaba que el orden social masculino está tan
profundamente arraigado que no requiere justificación, imponiéndose a sí mismo
como auto evidente, y tomado como ‘natural’
gracias al acuerdo ‘casi perfecto e inmediato’ que obtiene de, por un
lado, estructuras sociales como la organización social de espacio y tiempo y la
división sexual del trabajo, y por otro lado, de estructuras cognitivas
inscriptas en los cuerpos y en las mentes. La eficacia masculina radica en el
hecho de que legitima una relación de dominación al inscribirla en lo
biológico, que en sí mismo es una construcción social biologizada.
Al pensar en los orígenes de esta opresión, de esta “génesis de la
desigualdad sexual”, es Gayle Rubin
quien expresa: “Una mujer es una mujer.
Sólo se convierte en doméstica, esposa, mercancía, conejito de Playboy,
prostituta, o dictáfono humano en determinadas relaciones”. La autora indica
que existe una parte de la vida social que sería “la sede de la opresión de las
mujeres, las minorías sexuales y algunos aspectos de la personalidad humana en
los individuos” y esa parte es el “sistema de sexo/género” al que define como
“el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad
biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas
necesidades humanas transformadas”.
Si pensamos la era actual como la de las
“comunicaciones”, es preciso entender el rol protagónico que tienen los medios
dentro de este entramado y comprender que su accionar no es ingenuo, que la
terminología elegida tampoco lo es, y
que la explicación del “mundo” que bajan al papel (o a la pantalla de
computadora según el caso) está signada por los preconceptos vigentes en su
línea editorial, que hace que las víctimas sean violentadas nuevamente desde la
prosa.
El desafío estará entonces en
romper con esa lógica y en generar
que otras voces puedan oírse a través
del uso de los medios de comunicación como herramientas de cambio. El problema no radica en que algunos/as
reproduzcan directa o solapadamente la violencia, el heterosexismo, el
machismo, la xenofobia, etc., sino en que no haya espacio para nada más; el conflicto se inicia desde el momento en
que los hechos están “mediatizados” y no contados por sus protagonistas reales. Cèlia Amorós (1994) expresa: “(...) Los
discursos dominantes, aunque sean tramposos, no todos son iguales. Los hay que
tienen, en sus propias premisas, virtualidades emancipatorias susceptibles de
ser explotados contra el propio dominador”. Si el término “queer” pudo tener un
vuelco, como se sorprende Butler en “Cuerpos que importan”, y reflejar una
connotación positiva a través de una reapropiación distinta, lo mismo puede
ocurrir con otras palabras utilizadas por
el periodismo o la “opinión pública” en la actualidad, de modo peyorativo.
Es preciso que lo publicado no
sea solamente aquello que refuerza el heterosexismo, burlándose de lo abyecto,
estableciendo juicios de valor que refuerzan lo que “está bien” y es “normal” y
criticando lo que para ellos/as es un “peligro” para la continuidad del modelo
de familia patriarcal “bien constituida”.
Es en este sentido que Ernesto Laclau
indica que para él los términos “igualdad” y “diferencia” no son
opuestos sino que la ampliación del campo del segundo es una precondición de la
expansión del primero, entonces, si
determinadas temáticas comenzaran a introducirse en los grandes medios o los
grupos hoy por hoy excluidos tuvieran la oportunidad de tener participaciones
reales y marcar la agenda mediática, se estaría realizando una concreta
ampliación del campo de la “diferencia”.
Hace falta formar
investigadores e investigadoras en medios de comunicación que puedan hacer
lecturas críticas de la propia labor periodística. La clave estará en romper con la
naturalización de las cosas y comprender entre muchas otras cosas, que no es
“normal” que una mujer se incendie por sus propios medios. Se torna necesario releer lo escrito hasta el
momento, comprender que no es admisible que los medios colaboren con la institucionalización de una amenaza como “te va a pasar lo mismo que
a Wanda”7 y hacer un mea culpa sobre el
tipo de cobertura espectacularizada 8
que tuvo, por ejemplo, el caso Taddei.
La tarea estratégica del periodismo con perspectiva de género, algo así
como periodismo contrahegemónico, será entonces la de procurar romper con la
violencia simbólica que plantea Bourdieu, por medio de la cual cierta
lógica de género se ha objetivado de tal forma en la subjetividad de las
estructuras mentales, que puede hacer que los analistas- o periodistas en este
caso- usen como instrumentos de conocimiento categorías de la percepción y del
pensamiento que deberían tratarse como objetos de conocimiento, sin dejar de tener siempre presente que, como indica Judith Butler “(...) la relación entre
sexo y género es performativa”, es decir que sigue un guión cultural, y está
normalizada de acuerdo al contexto (las reglas heterosexuales) donde la
masculinidad es el estilo del poder.
Notas
1 Verón, Eliseo (1983): Construir
el acontecimiento. Editoral Gedisa.
2 Carabajal, Gustavo
(2010): “Detienen al baterista de Callejeros”, en diario La Nación
(Buenos Aires, Argentina). Edición del 11 de febrero de 2010.
3 Buscador de la RAE:
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=femicidio
4 S/F (2010): “Liberan a Vázquez mientras se agrava la salud de Taddei”, en diario La Nación
(Buenos Aires, Argentina). Edición del 20 de febrero de 2010.
5 Waigandt, Alejandra
(2010): “Impunidad Contagiosa”, en Artemisa Noticias. 19 de Noviembre de
2010.
6 Romero Bachiller Carmen,
García Dauder Silvia y Bargueiras Martínez Carlos (2005): El eje del mal es
heterosexual. Figuraciones, movimientos y prácticas feministas queer,
Madrid, Grupo de Trabajo Queer Traficantes de Sueños.
7 Santagati, Adriana (2010): “Advierten sobre una
escalada de casos de mujeres quemadas”. En diario Clarín (Buenos Aires,
Argentina). Edición del 12 de Septiembre de 2010.
8 Sigal, Pablo (2010): “Fuego, fuego”,
en diario Clarín (Buenos Aires, Argentina). Edición del 03 de Septiembre
de 2010.
Bibliografía
Amorós, Cèlia (1994): Feminismo: igualdad y diferencia.
México: Universidad Nacional Autónoma de México.
Arfuch, Leonor (2002): “Problemáticas de la Identidad”. En
Arfuch, L. (comp): Identidades, sujetos y subjetividades. Buenos Aires:
Prometeo.
Chaneton, July. “Género (my f) y massmediación: nuevos
objetos discursivos”. En Mora, Revista del Área Interdisciplinaria de Estudios
de la Mujer. Facultad de Filosofía y Letras, UBA, N°3, agosto de 1997.
Lamas, Marta (1999). Usos, dificultades y posibilidades de
la categoría género. México: Universidad Nacional Autónoma del Estado de
México.
Romero Bachiller Carmen, S. García Dauder y C. Bargueiras
Martínez (2005): El eje del mal es heterosexual. Figuraciones, movimientos y
prácticas feministas queer. Madrid: Grupo de Trabajo Queer Traficantes de
Sueños.
Kosofky Sedgwick, Eve (1998). Epistemología del armario.
Barcelona. Ediciones La Tempestad.
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