viernes, 19 de agosto de 2011

Revista Sinécdoque Nº1 | "Nombrar la muerte: acerca de “el niño proletario”, de Osvaldo Lamborghini " (Escriben Julián Mónaco y Alejandro Pisera | Ilustra Jerónimo Tuñón)

    Estado/Violencia/Narraciones                . 

Nombrar la muerte:
acerca de “El niño proletario”, de Osvaldo Lamborghini
Escriben Julián Mónaco y Alejandro Pisera
Ilustra Jerónimo Tuñón

N o debemos pensar al Estado solamente como un aparato político, sino también como una máquina cultural1, una máquina de inventar relatos. Esos relatos, esas narraciones estatales, intentan –muchas veces- ocultar la historia del Estado (su fundación, su sostenimiento) cuya verdad es la de la violencia ejercida sobre los cuerpos. Siendo que el Estado y la dominación de ciertas clases por sobre otras se funda sobre la violencia, ese Estado y esas clases tienen que contar historias que la escamoteen, historias que desplacen esa violencia pues, como afirma Terry Eagleton, cuando el Estado pone de manifiesto el uso de la fuerza -su poder para disciplinar y castigar-, la dominación se hace evidente, pudiendo convertir al poder en objeto de contestación política. Así, “para el poder es mucho mejor, en general, permanecer convenientemente invisible, diseminado por el entramado de la vida social y, de este modo, naturalizado como hábito, costumbre o práctica espontánea”2
Para nosotros, El niño proletario de Osvaldo Lamborghini es un relato alternativo y opositivo a la narración estatal pues, justamente, exacerba, hiperboliza esa violencia ejercida sobre los cuerpos que determina la dominación de una clase por sobre otras. Al ocultamiento, Lamborghini le responde con una operación directamente inversa, con la exposición más cruda: “a empujones y patadas zambullimos a ¡Estropeado! en el fondo de una zanja de agua escasa. Chapoteaba de bruces ahí, con la cara manchada de barro (…) Gustavo le tajeó la cara al niño proletario de arriba hacia abajo y después ahondó lateralmente los labios de la herida. Esteban y yo ululábamos”. Es la representación del niño subalterno despojada de toda “caridad” o idea de consuelo o reparación: una representación a pura violencia, pura violación y pura muerte. Y a puro goce, también.
Como Rodolfo Walsh, Lamborghini discute con el Estado acerca de la verdad, pero no en este caso la verdad de un símbolo popular (como sucede en Esa mujer) sino la de los relatos que la máquina simbólica Estado genera para ocultar que también es una máquina de la violencia. Esa violencia es la que trae a primer plano Lamborghini. Tan grave como reducir al Estado a un aparato político sería entonces –repitiendo el error culturalista-  reducirlo a una maquina cultural, en tanto el Estado es también aquel que, como afirma Weber detenta el monopolio de las fuerzas coercitivas legítimas3.

En este esquema de operaciones simbólicas para ocultar la violencia, el Estado cuenta con un instrumento de importancia central: la escuela, la máquina más exitosa de producción y difusión de relatos. Así, la operación de la maestra de nombrar “¡Estropeado!” a Stroppani puede leerse como una operación equivalente a la de un Estado que, en su fundación, nombró como “desierto” a un territorio habitado por “los indios”. Nombramiento que legitimó su exterminio. Del mismo modo, señalar al niño como “¡Estropeado!” (es decir, como algo inservible, arruinado, carente de toda potencia) es legitimar la violencia ejercida sobre él: los tajos, los golpes, la violación, el desprecio. Por eso puede decir con toda seguridad Eduardo, niño burgués que narra: “desde este ángulo la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural. Es un hecho perfecto”.
   
Mucho más honesto y útil que interrogarse hipócritamente por cómo ha sido posible un asesinato tan atroz –haciéndole el juego al espectáculo- es indagar atentamente en los dispositivos y operaciones que hacen posible que un ser humano pueda ser radicalmente privado de todo derecho, al punto de que cualquier acto cometido contra él o ella se vuelva literalmente posible. Al punto de que su muerte pueda constituir un hecho legítimo y perfecto. En nuestra perspectiva, el efecto principal de ese “¡Estropeado!” lanzado por la maestra que Lamborghini repone una y otra vez no es otro que el de producir una vida descualificada, estropeada, cuya condición de “matabilidad” deviene así óptima. La muerte del niño proletario puede ser perfecta porque es una víctima perfecta.
    Frente a una suerte de mitología que señala que el ser humano nace desnudo y luego es arropado con el vestido de los símbolos, de las identidades, preferimos seguir aquí la propuesta de Giorgio Agamben quien ha señalado que, por el contrario, el ser humano es, antes bien, un sujeto siempre-ya vestido con capas simbólicas diversas al que luego se desnuda: de una forma de vida a la vida desnuda, la vida convertida en mera materia biológica4. Esa suerte de “desvestir” simbólico, a través de sucesivas cesuras y cortes, es el que ejecuta el Estado encarnado en el sistema escolar sobre el niño proletario.

Cada nuevo grito de la maestra es un desgarramiento más y forma parte de un minucioso y paciente trabajo de elaboración de eso que Agamben denomina nuda vida: una vida radicalmente desprotegida a la que se puede dar muerte sin por ello cometer un asesinato, pues ha sido abandonada, nombrada como una vida que no merece ser vivida. Ante esa vida se han topado los niños burgueses.

Siguiendo ahora a Michel De Certau, el gesto de nombrar también nos habla de una relación desigual: hay quienes poseen el poder de la nominación (sujetos poderosos, instituciones) y hay quienes no lo poseen y son nominados. El niño proletario, como los sectores subalternos, no puede administrar los modos en que se lo enuncia. Su condición predominante es la afasia.
Una intuición: publicado en 1973 El niño proletario anticipaba con crudeza la radical exposición a la condición de vidas desnudas a la que serían sometidas las vidas de muchas personas en la Argentina de aquellos años, y en los venideros. 

    En la entrevista que hace las veces de prefacio a Estado de excepción –realizada por Flavia Costa- Agamben se ocupa de dejar en claro el hecho de que aquello que llama vida desnuda o nuda vida no es nunca un dato natural, sino una producción específica del poder. “En cuanto nos movamos en el espacio y retrocedamos en el tiempo, no encontraremos jamás –ni siquiera en las condiciones más primitivas- un hombre sin lenguaje y sin cultura. Podemos, en cambio, producir artificialmente condiciones en las cuales algo así como una nuda vida se separa de su contexto: el musulmán en Auschwitz, el comatoso, etcétera”. Ni siquiera en las condiciones más primitivas podemos encontrar un hombre sin lenguaje, sin embargo el poder sí puede producirlo artificialmente: “¡Estropeado! no podía gritar, ni siquiera gritar, porque su boca era firmemente hundida en el barro por la mano fuerte militari de Gustavo”.  Sistemáticamente impedida, la voz del niño proletario es una potencia que nunca puede actualizarse. Tanto es así que cuando el niño proletario abre su boca no es para otra cosa que para practicarle sexo oral al narrador, uno de los niños burgueses que lo atacan.
                   
He aquí, entonces, nuestro camino de lectura: presentar el texto de Lamborghini como una contestación expresa al escamoteo de las narraciones estatales. Contra una hegemonía hermenéutica que describe al Estado como un espacio de consenso, como un articulador objetivo de las relaciones sociales, Lamborghini expone la dominación fundada en la violencia, en el odio de clase. Contra un relato oficial de la escuela que la supone como lugar de “igualación”, como lugar que zanjea diferencias de clase, Lamborghini opone un relato que ubica a la escuela como lugar donde esa  disimetría de clase encuentra legitimación. Así, disputa la hegemonía de los relatos estatales, exponiendo ese costado que el relato oficial oculta: la violencia sobre la cual se monta. Y el cuento de Lamborghini es la clara exposición de esa violencia, simbólica y física, que instaura y reproduce una desigualdad.

Post scriptum 1. Israel y los orígenes del Estado.

Siempre que nos retrotraigamos lo suficiente en el tiempo encontraremos que toda propiedad o dominio sobre la tierra se funda sobre la violencia. Esa violencia primera, que también es la que funda los Estados, sólo puede sernos desconocida porque una compleja y eficiente máquina de relatos se ha montado sobre ella, ocultándola y desplazándola.
La violencia originaria de los Estados constituye el “crimen fundador” del que tantos pensadores políticos han hablado y que debe ser sistemáticamente mitigado a través de narraciones heroicas, legitimadoras de un estado de cosas pasadas y presentes.
Si partimos desde esta perspectiva, el caso de Israel es un caso particular que merece ser atendido, pues, como ha sugerido Slavoj Zizek, Israel se constituye como Estado cuando tales crímenes fundadores ya no son aceptados por la “comunidad internacional”.  La desgracia de Israel, dice Zizek, es que se estableció como Estado-Nación uno o dos siglos después que el resto de los Estados modernos, cuando los Estados ya no están exentos del juicio moral y pueden ser juzgados por sus crímenes5. Cuando el realismo político (“sólo es tuyo lo que puedas defender”) que sostiene la primacía de lo político sobre la moral se ha debilitado como fundamento de legitimidad.
Como una suerte de ventana que mira hacia el pasado, Israel nos muestra a un Estado que aún no ha logrado reprimir, enviando hacia tiempos inmemoriales, la violencia siempre ilegitima (e infundada) sobra la que se ha fundado todo Estado. Nos muestra aquello que la máquina estatal de relatos pretende hacernos olvidar.

Post scriptum 2. Relatos de Mercado.

A un Estado estallado, cuya capacidad de constituirse en el nomos cultural de la sociedad está ahora en discusión, le corresponde un Mercado prolífico en la producción de relatos y ficciones sobre y para esa misma sociedad.
Para escritores como Lamborghini o Walsh podía resultar fácil disputar los relatos de la maquina-Estado, pues solo era necesario disputar lo arbitrario de su legitimidad así como su rol de garante de ciertas relaciones sociales desiguales. Al Mercado, por el contrario, le corresponden una multitud de narraciones. El Mercado nos habla todo el tiempo, y desde diferentes lugares y roles. Lo que hay que contestar, en consecuencia, es una profusa trama de relatos aparentemente disímiles, que ocultan una multitud de violencias cotidianas.
Entonces: ¿cuál es el relato del Mercado? ¿Hay un relato? ¿Cuál es el adversario? ¿Cómo identificarlo? ¿A qué violencias responderle? Disputarle al Mercado su verdad o sus verdades –y a quienes, por beneficio propio, las insuflan-, oponerle otra u otras verdades cuando las suyas han saturado casi por completo nuestra conciencia (y nuestra inconsciencia) puede resultar sumamente complejo, pero es el modo de recoger el guante. Allí hay una tarea impostergable, y suficiente aire como para que nuevos y nuevas escritores y escritoras encuentren su respiración.

Notas

1 Sarlo, Beatriz: La máquina cultural. Buenos Aires, Planeta, 1998.
2 Eagleton, Terry: Ideología. Una introducción. Barcelona, Paidós, 2005.
3 Weber, Max: Weber, Max; Economía y Sociedad, FCE, México, 1992.
4 Agamben, Giorgio: Estado de excepción, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2007.
5 Slavoj, Zizek. Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Buenos Aires, Paidós, 2010.


Bibliografía

Eagleton, Terry: Ideología. Una introducción. Barcelona, Paidós, 2005.
Agamben, Giorgio: Estado de excepción, Buenos Aires, Adriana Hidalgo Editora, 2007
Agamben, Giorgio: “Qué es un campo” en Revista Artefacto nº 2, Buenos Aires, 1998.
Sarlo, Beatriz: La máquina cultural. Buenos Aires, Planeta, 1998
Weber, Max: Weber, Max; Economía y Sociedad, FCE, México, 1992.
De Certau, Michelle (en colaboración con Dominique Julia y Jacques Revel): “La belleza del muerto: Nisard”. En La cultura plural, Buenos Aires, Nueva Visión, 1999.
Slavoj, Zizek. Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Buenos Aires, Paidós, 2010.


No hay comentarios:

Publicar un comentario