LITERATURA(S)
Señor, quizá esté vivo. Le vi cómo batía
las olas y cabalgaba sobre ellas.
Seguía a flote y rechazaba la embestida
de las aguas, afrontando el oleaje.
Su audaz cabeza descollaba sobre olas
en combate y, remando con brazos vigorosos,
alcanzó la costa.
La tempestad, Acto II, escena II.
La del nadador es una buena imagen para pensar un tipo de interacción fértil y productiva entre las tradiciones -¡nunca la tradición!- y los textos nuevos. El nadador produce activamente la corriente que lo sostiene: doma las olas, pero para que ellas, a su vez, le den impulso. En La tempestad, Fernando, el protagonista, se encuentra con una fuerza, y es justamente esa pugna, ese tener un otro antagónico y resistente el que le permite actuar sobre ese océano y nadar en él. Se trata de un combate a vida.
Una interacción y un diálogo fecundos entre textos jóvenes y unas tradiciones que esperán a ser recreadas es, precisamente, aquello que Juan Laxagueborde apunta como el rasgo distintivo del proyecto editorial Mansalva. En El ensamble policrómatico interacción debe leerse como todo lo contrario a una integración pobre, mimética. Se trata, para Mansalva, de asegurar el presente como espacio de creación y de brazadas frenéticas.
Fruto del azar, Juan Martín Bregazzi escribe para experimentar un encuentro con su tío abuelo: Héctor Viel Temperley. Como en las poesías de “Etomín”1, el lenguaje se emancipa un poco de la mera función instrumental que solemos atribuirle: no ocupa ya el lugar del medio para la comunicación, sino el de un territorio que permite explorar, ir más allá. Esa comunión entre Juan Martín y su tío abuelo nos permite, además, anudar los versos del escritor argentino con nuestras propias lecturas de El erotismo, de Georges Bataille: porque Viel Temperley también escribe a la nostalgia por la continuidad perdida –con la naturaleza, con les otres-, encontrando en la inmensidad del mar la posibilidad de ser, parafraseando a Bataille, “una ola perdida en la multiplicidad de las olas”.
La literatura, como dispositivo de diálogo entre lxs muertxs, lxs vivxs y lxs veniderxs, nos permite husmear en otras formas de escritura. Sin música de fondo, de Sofía Conti, nos sumerge en un recorrido otro: aquel de tiempos más lentos, de pausas aguantadas y de momentos sin aliento. El paisaje que nos ofrece alude a una especie de ruralidad perdida que Sofía rescata sin mención explícita.
En los tres textos el lenguaje sale a flote. No se trata solamente de un medio de expresión: la escritura hace de sí misma una experiencia. Tampoco resulta importante si los textos representan a la literatura contemporánea. Lo valioso es lo que nos presentan.
Notas
1 Tal como llamaban sus allegadxs a Héctor Viel Temperley.
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Océano/Poesía/Erotismo
HÉCTOR
VIEL
TEMPERLEY:
EL POETA
QUE COMULGABA
EN EL MAR
Escribe Juan Martín Bregazzi
Todas las lágrimas de mi vida volverán a mis ojos, y por las
hondas sedas de un pecho de caballo querré internarme,
huir, refugiarme en mi casa de trozos esparcidos de ballena: mi casa
como cuerpo de varón recién nacido en el tórrido vientre del silencio.
Héctor Viel Temperley.
Etomín y sus abrazos de agua
Una vida espiritual, entre el campo y el agua, entre brazadas, crawls y momentos de soledad, es lo que leo en las poesías de mi tío abuelo. Porque Héctor, mi tío, era poeta, y de esos que no pasan desapercibidos. Héctor Viel Temperley o Etomín, como lo llamaba su familia, murió en 1987 cuando yo tenía dos años. No lo conocí en persona; me enteré de su existencia hace unos años, cuando por casualidad di con algunos de sus libros en la biblioteca de casa. Lo que más sé de él lo obtuve de sus poemas. Sus experiencias, visiones y sentimientos fueron conformando lo que ahora es para mí. No sólo mi tío abuelo, claro, sino también un poeta con mucho talento, un hacedor de imágenes fértiles sobre la tierra y el alma. Héctor o Etomín fue también el tío de mi viejo, y como un segundo padre para él. Esa relación que forjaron –aunque fragmentaria y esporádica- fue tan importante para mi papá que, cuando recuerda a Etomín, lo hace con los ojos empañados de lágrimas.
Para el ‘nadador’ Octavio, con un abrazo de agua reza la dedicatoria que mi tío abuelo le escribió a mi papá sobre la segunda página de su libro El Nadador. Ambos compartían un placer enorme por el agua, por la necesidad de meterse y bucear en ella. Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada. Gracias doy a tus aguas porque en ellas mis brazos todavía hacen ruido de alas, escribió en uno de sus primeros libros, donde se advierte también una relación especial con la naturaleza, la tierra y la vida alejada de la ciudad. Mi viejo se acuerda de Etomín como aquel que fue el padrino de su confirmación, como aquel que viajaba a realizar retiros espirituales, todos los años. Como el que le regaló, una vez, una herradura que pasó a ser –desde ese momento- un elemento central en su escritorio. En ese entonces mi papá ya había perdido al suyo, en un accidente automovilístico. Héctor, sin saberlo, pasó a ser, un poco, la figura paterna que persistió en su vida desde ese momento. Etomín fue un nómade y nunca vivió en una casa que sintiera como su verdadero hogar. Su andar moldeó lo que fue:
Pienso un poco en mi casa. No, nunca tuve casa. / Pienso un poco en mis hijos. / Mis hijos son mi casa / como estas estrellas son la casa / de mis ojos.
(Plaza Batallón 40 – 1971)
Etomín nació en 1930. Empezó a escribir en verso a los 15 años, mientras cursaba el secundario en el colegio de Barrio Norte “Champagnat”. Al egresar entró a trabajar en el diario Crónica, pero al poco tiempo decidió cambiar de rubro y probar con la publicidad, un sector laboral en ese entonces poco común. Intento imaginarme qué habrá sido laburar como publicista en los años ‘50, y sólo se me presentan imágenes de heladeras SIAM de los diarios de la época. Desconozco si habrá sido algo así lo que hizo en un principio, pero sé que paralelamente solía escaparse durante semanas al campo que la familia tenía en Dolores. Ese campo en el que después trabajó, que está ubicado al lado del bar “Al ver verás” en ruta 2, es uno de los escenarios típicos de los poemas de Viel. Sus caballos, la tierra, el mar. Pero también Dios, Jesús y un trasfondo religioso que comenzó a influir, cada vez con más intensidad, en sus últimas obras.
Es difícil llegar a la capilla: se puede orar entre las cañas / en el viento debajo de la cama.
(Pabellón Rosetto, Hospital Británico -1986 ).
Jesucristo aparece a través de un rufián.
“Los primeros libros de Viel pertenecieron cabalmente al ámbito social y cultural de dónde provino; después sus propias entradas y fugas tornarían cada vez más excéntricos los siguientes” afirma el prólogo de una edición venezolana de Hospital Británico, el último libro de Etomín. Es que en sus primeros libros –Poemas con caballos (1956), El nadador (1967) y, Humanae Vitae mia (1969)- se nota sólo de manera germinal todo el carácter “religioso” y espiritual de sus últimos libros. “La de él es una búsqueda espiritual, y su escritura es ni más ni menos que la puerta de acceso a ese espacio divino”, escribe Julián Garino. Y agrega: “Viel no mira el mar acordonado desde una playa con una pipa en la boca. No, Viel está allá adelante y lo único que vemos de él son los arcos que dibujan sus brazadas mar adentro y que se asoman entre las olas”.1. Una “mística trastocada” dirá la crítica que la obra de mi tío abuelo propone2. Una comunión entre lo terrenal, lo corporal y el alma, diría yo.
Entre mis ojos y los ojos de Christus Pantokrator nunca hay piso. Siempre hay dos alpargatas descosidas, blancas, en un día de viento.
(Hospital Británico, 1986)
La vida bohemia de Etomín y -su forma poco común de referirse a la fe- no debe llevar a caracterizar a sus creaciones como impertinentes o sacrílegas, sino todo lo contrario. El respeto que tenía por lo religioso y sus figuras es incuestionable. Lo que es cierto es que su forma de concebir la espiritualidad está relacionada con el plano de lo material, y esto genera asombro en sus nuevos lectores. “Dios es idéntico a un marinero, tal vez un marinero judío, por la mandíbula tan fuerte, cuadrada” dijo una vez en una entrevista3, haciendo alusión, también, a la tapa de Crawl (1982). “¿Un poeta religioso? No. De ninguna manera. Seré un místico, un poeta surrealista, cualquier cosa, pero no religioso. Hablo de marineros y de nadadores. Jesucristo aparece a través de un rufián, de un vago, de un bañero. Pongo ‘besarme el rostro en Jesucristo’ queriendo decir que Cristo me había llevado a besarme a mí mismo en él. En él, pero a mí mismo, eso es lo que me interesa. No me dirijo a él dejando de lado mi amor por esa chica al lado de la lámpara: lo busco ahí”.
Reseñas y alejamientos conscientes
Los críticos literarios hablaron de él y coincidieron en caracterizarlo como uno de los mejores poetas del siglo XX4. Pero a Etomín nunca le interesó involucrarse en el campo literario, ya sea yendo a charlas o jactándose de lo conseguido con su obra. “Su visión de la existencia humana pasaba por el cuerpo y la fe en Dios”, explica su hija Soledad, en una entrevista otorgada a una revista de poesía. “Por ello nunca le interesó presentar un libro, participar de ninguna mesa o debate literario, ni siquiera producir crítica literaria. Siempre se mantuvo al margen y era consciente de su elección.”
“Siempre huí de las presentaciones” afirmó Viel. “Tenía la intención de romper mi poesía; la notaba demasiado rígida, como atada a un molde, un principio, un medio, un fin: sabía qué iba a decir. Después pasé a decir, a ver, empezó a interesarme la poesía que me permitía no solamente esconderme sino evadirme y hacer un mundo, tener un mundo.” El punto de inflexión y de cambio pareció llegar después de Carta de Marear (1976). Sus últimos tres libros, Legión Extranjera (1978), Crawl (1982) y Hospital Británico (1986), comparten un estilo más libre, irracional y surrealista.
Los nueve libros de Héctor -más las reapariciones de sus poemas en diversas antologías- fueron editándose con el tiempo en varios países, sobre todo en Latinoamérica. En los próximos meses sus obras arribarán a España. Por la publicación de su primer libro, Poemas con Caballos (1956), recibió la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Ese mismo año se casó con Maruca, la tía de mi papá. Con la repercusión de sus creaciones en nuestro país ocurrió lo que sucede a menudo con los poetas que no apuntan a un público masivo: comienzan a ser conocidos sobre todo después de su muerte. El novelista Fogwill, por ejemplo, lo mencionaba mucho en las entrevistas que le hacían; recordaba a Viel como un poeta singular y necesario. Incluso se han publicado investigaciones financiadas por el CONICET sobre Etomín5. Pero, así y todo, en la actualidad no deja de ser un escritor esencialmente “de culto”, seguido por un grupo de lectores pequeño pero fiel.
En 2004 Ediciones del Dock publicó sus Obras Completas. En el prólogo, Tamara Kamenszain advierte que “un ángel acompaña la obra poética” de Etomín. Pero es un ángel que camina, descalzo y bajo el sol, largos trechos de arena y tierra argentina. Andrés Ugueraga comenta en ese sentido que “sus versos guardan la frescura de la arena y del mar. Insinúan esas imágenes en que el agua, el sol y el airoso cielo azul de algún verano, siempre o casi siempre están. El lector, al toparse con las Obras de Temperley suele sentir un dejo de agradecimiento”
Sé que a la tierra me unen dos tobillos, / y sé que boca abajo, en mar o pampa, / sólo los siento por la espuma, el pasto / que arrojan desatados a mi espalda. / Pero sé que si el cuerpo se me tiende / hacia los cielos, boca arriba el alma / y nadada por nubes que no vuelven / a cruzar otra vez por mi mirada, / se resuelven en cepo mis tobillos / y siento que me ahogo sin dos alas. (El cepo – Poemas con Caballos, 1956)
El libro que se armó solo.
Tuvo siete hijos: Juan Cruz, María Victoria, María Clara, María Verónica, María Soledad, Juan Bautista y Facundo. El primero murió un año después del fallecimiento de Etomín. La enfermedad, la muerte y el dolor fueron, también, temas recurrentes en la escritura de Viel, sobre todo después de su internación en el Hospital Británico –donde engendró el libro homónimo. “Caí enfermo cuando vi a mamá que quería morirse, y murió cuatro días después de que a mí me trepanaran. Me operan del mate y a los dos o tres días salgo al jardín. Iba del brazo de mi mujer. Nos sentamos delante de un pabellón, al que llamo Pabellón Rosetto. Volaban unas mariposas y había unos eucaliptos muy hermosos, nada más que esto, y fui rodeado y traspasado por una sensación de amor tan intensa que me arruinó la vida en el mundo. La sensación de estar rodeado por cielo, y de que ese cielo me tocara como carne, y que podía ser la carne de Cristo y que al mismo tiempo lo tenía a Cristo adentro...Yo era amado con una intensidad que estaba en el límite de lo soportable. Eso duró una semana. Cuando volví a casa me tiré en el living y abrí la ventana para que el viento moviera la enredadera y estuve hasta el amanecer tratando de recuperar ese estado de comunión, pero no apareció nada”.
Esa sensación de amor y éxtasis indescriptible, esa experiencia de “intensidad”, es la que se lee en Hospital Británico. Allí afirma que su madre es la risa, la libertad, el verano, pero que a “veinte cuadras de aquí yace muriéndose”. Se pregunta, páginas más adelante: ¿Quién puso en mí esa misa a la que nunca llego? Quién puso en el camino hacia la misa esos patos marrones – o pupitres con las alas abiertas- que se hunden en el polvo de la tarde sobre la pérgola que cubrían las glicinas? Cuenta que cuando le dieron el alta salió “volando” del hospital con “la cabeza abierta”, decidido a ponerse a escribir. Con Hospital Británico creyó que había logrado salir del mundo, sin saber bien para qué.
Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas y horas. Soy feliz. Me han sacado del mundo.
(Hospital Británico, 1986)
“El cielo estaba en la enfermera que pasaba” ilustra con maestría. Pero Etomín se encarga de aclarar que ese fue “el libro de un trepanado” y que “el que escribió ese poema no existe más”. Como bajándose del podio de las buenas críticas recibidas, niega haber sido el autor –consciente- de esos poemas. Un libro que se escribió sólo, que lo encontró a él mientras él permanecía desconectado de la tierra. “Escribí lo que habla de la muerte de mi mamá y el resto en el estado de un tipo que se había salido de la realidad, porque tenía un huevo en la cabeza”.
Necesito estar a oscuras. Necesito dormir pero el sol me despierta. El sol, a través de mis párpados, como alas de gaviotas que echan cal sobre mi vida; el sol como una zona que me había olvidado.
(Hospital Británico, 1986).
Viel murió un año después de la publicación de este libro, en 1987. El tumor cerebral que lo había llevado a internarse avanzó con él. Con sólo 54 años, mi tío abuelo falleció dejando nueve libros repletos de poemas a la vez místicos y terrenales. Extasiado por las experiencias que su andar hizo posible, Viel se sentía en comunión no sólo entre las cuatro eclesiásticas paredes que habrán auspiciado alguna vez como lugar de oración. No sólo en misa, frente a un sacerdote. Si no, y sobre todo, cuando cabalgaba por las tierras de su pampa, cuando se arrojaba al mar, en la búsqueda de ese horizonte infinito.
Cuando yo era muy chico vivía en Vicente López, y todas las mañanas mamá me llevaba al río, cargado en la espalda. Yo todavía no sabía caminar. Y un día me caí al agua. Recuerdo que estaba sentado debajo del agua en paz, sin extrañar absolutamente la vida, la respiración, el mundo. Lo único que sentía era el éxtasis de ver una pared color tierra cruzada por el sol: era un manto anaranjado que yo tenía ante los ojos. Era feliz.
(Héctor Viel Temperley6)
Notas
1 Garino, Julián , “Brazadas de Viel”, Revista Con-versiones, 2003.
2 Milone, María Gabriela, Héctor Viel Temperley. El cuerpo en la experiencia de Dios, Ferreyra Editor, Córdoba, Argentina, 2003.
3 Bizzio, Pablo “Viel Temperley: Estado de Comunión”, Revista Vuelta Sudamericana, Nº 12, Buenos Aires, julio de 1987.
4 Sylvester, Santiago, “Viel Temperley: ¿Un místico entre nosotros?”, en Ediciones del Dock Blog, disponible en http://deldock.wordpress.com/2008/11/21/viel-temperley-%C2%BFun-mistico-entre-nosotros/, fecha de consulta: abril de 2011.
5 “Movimiento, ritmo y sujeto en la poesía de Héctor Viel Temperley”. María Amelia Arancet Ruda (UCA, CONICET).
6 Ioskyn, José, “Héctor Viel Temperley, un místico de nuestro tiempo”, Revista Consecuencias, Abril de 2010.