miércoles, 3 de agosto de 2011

Revista Sinécdoque Nº1 | Huevos revueltos con Foucault y un toque de pimienta zen (Escribe Verónica Cohen | Ilustra Pepe Lumpen)

HUEVOS REVUELTOS
CON FOUCAULT
Y UN TOQUE DE PIMIENTA ZEN
Escribe Verónica Cohen
Ilustra Pepe Lumpen

Cinco textos cuyo común denominador es mezclar el panoptismo con las escenas más cotidianas. Con abundancia de frases hechas, la idea es tratar de mirar desde otro ojo aquello que está mas cerca, aquello que se parece tanto a la comida. Esa mezcla entre necesidad y atragantarse. Con más contradicciones que aciertos, se filtran por momentos algunos toques de filosofía Zen, pastiches de un mundo por momentos postmoderno.

I.
Las nubes del tiempo
borraban cicatrices,
Juana lavaba la ropa de María.
El mar se hacía agua en su pollera,
botes pescadores rodeábanla,
allá a lo lejos
y hace mucho.
Mucho era lo que se peleaba
y la madre puta se sonreía a cada ola.

II.
María Esther objetivaba la reunión. Hay situaciones que requieren un cambio de punto de vista, una perspectiva diferente. Entonces las líneas se le redondeaban, y hacían formas elípticas que la hipnotizaban.
Absorta contestaba, las preguntas escritas en la currícula invisible. El olor a pollo le revolvía el estómago. Cuando te atacan retráete, decía Sun Tze. Ella ya no sabía como aplicar el arte de la guerra.
Hay momentos que requieren medidas extremas, se repetía. Y seguía en un mundo de arriba mirando a los de abajo, y cada vez entendía menos. Y ya estaba lavando los platos, con olor a pollo y a arroz quemado y alguien le alababa el tiramisú, que ella no recordaba haber hecho, pero sí era el suyo.
Entonces empezó a reír, no era una risa sarcástica, aunque el resto así lo pensara. Reía desde la nuca con dolor de cuello, reía con la garganta seca en saltos hiposos, reía porque no quedaba otra, reía porque esas sonrisas dibujadas en los demás eran de juguete y porque lo único verdadero era esa risa escandalosa, grotesca, fea, media de chancho.
Lo animal opuesto a esa sociabilidad asfixiante de las que todos se decían cómodos.
III.
De patologías y legislaciones

1. Bulímicamente,  sonreía ante el público, se atragantaba de ovaciones, se desfiguraba. Atrás del telón vomitaba, un sapo parecía, un ego caminando con el rabo entre las piernas, el disléxico social, el patológico, el sano.

2. Levantó una carpa frente a la Casa Rosada pidiendo el “derecho a la intimidad mental”, en un cartel blanco con letras fucsias. “Gay” le dijeron, los que no entendían o se hacían los sonsos. Salió en Crónica, pero nadie comprendía su reclamo. Pero las brujas se preocuparon y los voyeuristas se escondieron, porque sabían que si escuchaban a ese loco, la hoguera estaba cerca.

3. Harto de que sus tías le apretaran los cachetes fantaseaba con una ley que regulara los abrazos. De viejo, ya incapaz, deseaba una que los obligara.

IV.
Usar pijamas prestados es determinarse a sueños ajenos,
                                                          triste destino...
Miré un pájaro y quise ser ello.
                                                 La realidad se tiñe de ocres amorronados
Graffitis en el alma, en el cuerpo,
                                              graffitis de vidas pasadas que ocultan espectros.
Ruidos de cucarachas en noche de verano
                                 y una que otra pesadilla que rebota en espejos.

Pudo bancarse todo menos perder la inocencia,
       dejar de ver con prismas de colores
                   para descubrir matices de grises
                               y la comida podrida,
                                          encontrar muertos en placares y redescubrirlos en sueños.

“Libertad” está tan cargada de Revolución Francesa
                                           que su uso no puede dejar de ser paradójico.


V. 
Fluir

Fluir, ser río,
que los pies marquen caminos que solo ellos entienden
que la vida sea vida
y que solo exista el presente,
que haya pogos que no sean masas
y que cada uno encuentre a otros.
Que las pelucas rosas con rulitos llenen la 9 de Julio
más bicicletas azules, amarillas, plateadas, negras,
que haya más noches con dos lunas,
y que se mire el cielo todos los días.
Sentir cambios sin resistencias
y no ser “¿Quién se ha robado mi queso?”
más petits morts,
colores estridentes,
y pisar el piso como si fuera alfombra.


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