El ensamble policromático
Genio y figura de
Editorial Mansalva
Escribe Juan Laxagueborde
Prólogo
E |
s editar un lenguaje sobredeterminado y saber que en aquel acto hay una artesanía de la elección. Porque manipular, bajo el mandato de la idea de transformación, es trabajar.
El sentido puede ser también intangible, puede aprovecharse de la fijeza de los objetos para inmiscuirse en lo que somos sin demasiada diplomacia.
El sentido puede ser también intangible, puede aprovecharse de la fijeza de los objetos para inmiscuirse en lo que somos sin demasiada diplomacia.
Tres pilares
I
Una lírica. Una épica. Un balbucear insondable. El siglo XXI vuelve a permitir estas formas de la escritura, a veces antagónicas. Ciertas energías de la década anterior son reinterpretadas. Aparece una forma de pensar que asume el riesgo del programa. Un lugar en donde se sabe posible constituir un panteón literario identificado desde su desdén pictórico hacia lo real. Es un proyecto editorial: Mansalva.
II
Entonces mancillar el corazón; sacar de su cause a la línea; entrometer horrores y cursilerías a través de una estética sutil. Son atisbos en los que podemos encontrar la cifra de estas escrituras.
Insistir raudamente. Arremetida polimorfa e incapaz de remediarse a sí misma. Gesto atroz. Ademán intempestivo, espeso y milagroso. Escupitajo desgarbado de la fuerza.
Reinaugurar linajes a la vez que afloran los fraseos en algún tiempo pasado constituidos y ahora penetrantes. Porque la garantía de un proyecto editorial reside en la mocedad de sus textos y en el montaje paralelo de una tradición que siempre esté a la espera de ser recreada. Donde se engarce la reescritura a los lenguajes contemporáneos, a las formas visuales y abstractas de las contingencias presentes.
III
Los recovecos de la cultura argentina pueden pensarse como gracia o como contienda. Los agraciados, dueños de un lugar en el cánon, cómodos en el imaginario cultural, no parecen desprenderse de la desmesura intratable de las palabras.
En cambio, algunos escritores, con lugar ganado en los intersticios sombríos de la materia, nunca garantizados, no emanan del fundamento milagroso de los santos, ni de la autopoiesis de la industria. Son hijos de la sangre dela Lengua , o de la misantropía, o del lúgubre sopor. Forjados en la payasesca desacatada, o en un colorinche vómito de incertezas, o en fantasías universales que niegan naciones.Damián Tabarovsky augura formas de izquierda a quienes esmerilan el lenguaje en una ubicación irreverente de la palabra. No podría afirmarse eso tan fácilmente. Sí que la escisión –palabra que en el ensayo de Tabarovsky no recuerdo si aparece, pero que no sería malvenida- es argumento identitario para algunas estéticas. Allí, en Mansalva, aparece. Lo escindido es siempre lo que se salvaguarda de la ósmosis unilingüe. De la integración mimética.
En cambio, algunos escritores, con lugar ganado en los intersticios sombríos de la materia, nunca garantizados, no emanan del fundamento milagroso de los santos, ni de la autopoiesis de la industria. Son hijos de la sangre de
Ocho emergencias
I
En el proyecto editorial de Garamona se produce este ensanchamiento hacedor de lugares. Se establecen puntas por donde se ubican, sigilosas, gramáticas afines. Entre los colores chirriantes de las portadas se fragua un universo de destellos que, más allá de formar parte, de darle identidad que se nota de lejos, los pone en juego como torbellino y mezcolanza. Cromáticas paralelas y oblicuas: De Aira a Guebel. De Carrera a Casas. De Prior a Durand. De Laguna a Mattoni.
Pero si se enarbola consecuentemente la conformación de un linaje es para, a la vez, arriesgar una historia de la literatura argentina de los últimos 50 años. Una línea híbrida en la que, imagino, sólo faltarían, por ejemplo, la cocoliche peripecia de los textos de Puig y la radicalidad delirante de Copi.
II
Ricardo Straface –además fino destructor, en sus nouvelles, de las pacaterías cómicas- ha publicado la totémica biografía del más joven de los Lamborghini, que debemos considerar sobremanera.
Un hito relee y morfologiza a su modo, de manera indómita, la obra de un autor. Organiza la desorientación de la voz entrecortada. Una obra que rastrea otra obra y la duplica en volumen. Enaltece. Porque Lamborghini se quería escritor y se sabía desgarrado. Se anhelaba publicado y se reconsideraba indescifrable. No era ni fetiche, ni marginal. Sí forma del maldecir escrito en donde ahora buscamos como arqueólogos o hermeneuta el género de la Desmesura.
III
Otra obra fundamental, de las que entretejen el ornamento de una estética editorial, es Linaje, de Gabriela Bejerman.
Linaje podría deber su nombre a las congojas oscuras del derrumbe familiar y existencial en el que se encuentran los personajes, o a la amenazante sonrisa de las muchachas de la portada. Pero también a la fragua de donde emana. Porque la escritura de Bejerman es también una reescritura: la de tiempos pasados y la de nuestro presente. Una desvariación gramatical con reordenamiento del género. Quiero decir: multiplica formas de prosa pretérita de una épica de los sentimientos. Algo que a la vez enternece cuando logra sustancializar paradojas de la contemporaneidad juvenil, tan visitada en la literatura actual, pero deshaciendo los núcleos típicos por donde generalmente se arriba a esas instancias.
IV
El mundo de la edición asevera que puede hablarse de una buena encuadernación cuando a un libro lo tomamos de una de sus páginas del medio y, moviendo nuestra mano de arriba hacia abajo, como recreando un yo-yo, probamos su resistencia a la ley de gravedad. De lejos, una mirada fuera de foco, turbia, nos muestra un ave descuajeringada en vuelo sobrio.
V
La estética que se hace un lugar también se agrupa. Hace sistema, posee coherencia interna. Las editoriales pequeñas, surgidas hacia mediados de la década del 90, demostraron estas afirmaciones. Pero sólo fueron contemporáneas.
Mansalva, hacia mediados de los 2000, postula una línea más allá en donde retener la idea acerca de cómo lo editorial apuntala lo autoral: inaugura y retrotrae. Vandaliza y respeta.
VI
Diego Meret y Daniel Durand, plantean, a su modo, en sus respectivos libros, una mirada acerca de cómo fueron sus primeros coqueteos con las hojas del papel ennegrecidas por literatura. Desde el seno materno o en la diminuta biblioteca familiar parecen intuir que las palabras no se volatilizan sino que pesan por su propia gravitación fonética.
VII
Fogwill, que puede pensarse como eje de las diversas líneas que Mansalva viene constituyendo, ha muerto hace unos meses. Puede leérselo como un hacedor del trasvasamiento generacional de un tipo de literatura que siempre se sobreimprime, novedosa, a sí misma. Él, sin dudas, puntilloso editor y perspicaz divulgador de recomendaciones apologéticas y despreocupadas, escondía un fraterno rol de mecenas amistoso. Fue un forjador. Entre las palabras que constituyeron su vasta bibliografía gestó un microclima. El submundo imaginado, acerca del cual escribía, era el suelo en donde nadie es autónomo; donde cualquier movimiento se intuye apesadumbrado por un telón lúgubre y una contienda del lenguaje que exige la lectura oblicua del filólogo –recordemos la milnombrada “Los pichiciegos”-. Pero dentro de ese cosmos nebuloso, hubo tintineos: el rapto último y fundamental de quienes sabemos que ninguna turbiedad mundana nos borrará la sorna vital.
Sin Fogwill aún queda el peso de las palabras pensadas como diagnóstico desacatado sobre algo que nunca termina de demostrar todos sus harapos. Ese algo para algunos es la realidad, para Mansalva -si se me permite el rapto del tesista- ese algo es saber que el mundo no es necesariamente lo que es. El mundo, el universo, ese panegírico de cosas que nos rodean, abstractas o concretas, es un crisol insondable al que siempre se le puede integrar una figura más, otro color que lo resalte.
VIII
El futuro siempre augura líneas de palabras oblicuas, querellas idiomáticas y culturales, reposicionamientos. La causa más considerable de que prolifere una idea de la literatura –juiciosa, parcial, no por eso desdeñable- establecida a través de tradiciones sensibles es que deja un casillero más, siempre, al lenguaje del mañana. Esta es la tarea que respira entre las ediciones de Mansalva. Un segmento más para el lenguaje que emerja de reconocerse en una tradición conciente de su épica cocoliche, chorreante y desesperada.
Epílogo
Trascender el trabajo como mera manipulación que objetiviza. Asociar independencia a invención. Pedalear en el aire; ahogarse; leer con los pies. En compañía.
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